EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE 	EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE

	EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE

	EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE
	EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE 	EDUARDO ÚRCULO, LUIS ALBERTO DE CUENCA, ARTURO PÉREZ-REVERTE

"EL PUENTE DE LA ESPADA", poemas inéditos de Luis Alberto de Cuenca, conteniendo 6 serigrafías originales del artista Eduardo Úrculo, firmadas a mano con lápiz por el mismo y numeradas por el editor, con prólogo de Arturo Pérez-Reverte.
Medidas de 44 x 32 x 3´5 cms., y 80 páginas.
Publicado el año 2002.


La sed inextinguible: El Puente de la Espada

     En el diario El País, el redactor de turno se sorprendía del hecho de que una editorial que sólo había publicado la exigua cifra de cuatro libros, y únicamente con dos años de vida a sus espaldas, hubiera alcanzado, en tan escaso tiempo, ese alto nivel de aceptación por parte de la crítica y del público más exigente. Sin contar con el entusiasmo de los artistas, críticos y profesores que participaban, o estaban a punto de hacerlo, en este proyecto.
     Este es el momento en el que, si se me permite, un servidor entra a formar parte de la historia que, acaso torpemente, aquí se relata. Nada sabía de la existencia de Ángel Pina, excepto por las informaciones, que una y otra vez, aparecían en los periódicos locales y nacionales. Admiraba mucho su carácter emprendedor y ese empeño, casi cerril, de sacar a adelante un proyecto que tenía mucho de romántico y más de catástrofe económica.
     En noviembre de 2002 tenía previsto celebrar un congreso internacional dedicado a la obra periodística y literaria de Arturo Pérez-Reverte, que, ya por entonces, se había convertido en el escritor en lengua española más leído en todo el mundo. Un novelista cuyas obras no sólo contaban con el favor de un público amplio y heterogéneo, entusiasta y entregado, sino también el de unos críticos que, según era costumbre desde tiempo inmemorial, solían atacar con extremada dureza a esos autores que lograban vender cientos de miles de libros, convirtiéndose sus obras en auténticos best-sellers.
     Ángel Pina acababa de reunir en un mismo proyecto a Eduardo Úrculo, Luis Alberto de Cuenca y Arturo Pérez-Reverte. El uno como pintor, el otro como autor de unos textos poéticos inéditos, y el tercero de ellos, como prologuista, demostrando así la amistad sincera entre ellos. No tuve inconveniente alguno en que la obra, ya flamantemente editada, de una belleza y una calidad que saltaba a la vista, fuera presentada durante el congreso. Úrculo, Pérez-Reverte, Luis Alberto y Ángel ya habían prometido no faltar a la cita. Pero a última hora, dos o tres días antes del evento, recibí una llamada del pintor. Acababa de regresar de un largo viaje por China y Japón y se encontraba, como se adivinaba en su voz, verdaderamente cansado. No me quedó otro remedio que animarle a que no viajara a Murcia. Después de todo, era el único de los tres que nada tenía que ver con el congreso. No mucho después me enteré de su repentina muerte, cuando sólo contaba con 65 años de edad. Me quedé sin poder conocerlo. Aún no he borrado en mi móvil su número de teléfono. Úrculo, de cuya desaparición se hicieron eco todos los noticiarios, iba a colaborar en dos nuevos libros de Ahora: Las Mil y una Noches y una obra, aún no perfilada del todo, sobre Nueva York, ciudad que le fascinaba.
     Ahora seguía sorprendiéndonos a todos. Parecía imposible poder superar lo ya realizado, encontrar nuevos artistas que quisieran someterse a este experimento de bibliofilia. La prensa se hacía eco de este acontecimiento con titulares más cercanos a las páginas deportivas que a las culturales: “La editorial murciana Ahora ficha a Úrculo”. Había sido uno de los grandes exponentes de la pintura pop en España. Un retratista singular del ser humano itinerante a base de símbolos, como los sombreros y las maletas. También se definió a sí mismo como “militante inevitable de la figuración”. Ángel Pina no era un desconocido para Úrculo. En 1978 el pintor de Santurce había realizado una amplia y completa exposición individual en la galería de Pina con un título ciertamente provocador para la época, en plena Transición: “De culis monumentalibus”, con delicados desnudos femeninos y vacas por doquier mostrando sus voluminosos y exuberantes atributos.
     Arturo Pérez-Reverte llevó a cabo un prólogo ortodoxo y casi profesoral, más didáctico que nunca, demostrando así que, aunque novelista de raza y periodista combativo, la poesía no le era del todo ajena. Su texto, al inicio, no podía ser más cálido, más contundente: “Si algo me gusta de Luis Alberto de Cuenca –y tal vez por eso es mi amigo– es que sigue creyendo en la infancia como memoria, en los héroes cansados y en el amor como refugio frente al frío que hace ahí afuera”. Los poemas de Luis Alberto de Cuenca reflejan fielmente la genialidad de su autor: “Sólo el mar, y esta sed inextinguible,/ y un montón de cadáveres a bordo,/ y la ausencia de Dios”. El propio escritor llegó a declarar que se trataba de una de las empresas más hermosas en las que había participado en el mundo de la edición. Un buen ramillete de poemas inéditos, marca de la casa, arropados por media docena de serigrafías de Úrculo, quien, en el acto de presentación que tuvo lugar en Madrid, dijo sentirse orgulloso de su trabajo, calificando a la editorial de “aventura romántica”.

José Belmonte Serrano
Universidad de Murcia
Fragmentos del catálogo LIBROS CON ARTE
Comunidad Autónoma de Murcia (Marzo 2007)


     Si algo me gusta de Luis Alberto de Cuenca –y tal vez por eso es mi amigo– es que sigue creyendo en la infancia como memoria, en los héroes cansados y en el amor como refugio frente al frío que hace ahí afuera. También cree en la poesía; pero eso me importa menos, puesto que de poesía, fuera de un par de sonetos de Quevedo, Sor Juana o Garcilaso, nunca tuve la menor idea. En lo que se refiere a Luis Alberto, hace mucho tiempo que leo sus poemas, y –para mi sorpresa–, siempre me quedan colgados en algún rincón, por dentro. Como la tierra húmeda después de la lluvia, o las hojas que todavía se mueven en las ramas de árboles otoñales y desnudos. Y lo cierto es que soy el primer sorprendido. En realidad, mi truco consiste en ponerme delante de esos poemas como si fueran prosa. Los leo moviendo los labios, como los niños y los casi analfabetos. Y cada vez, indefectiblemente, ocurre el milagro. La prosa se vuelve poesía, y por ahí ando, con todos mis resabios y mi falta de gusto poético a cuestas, creyéndome lo que leo.
     A lo mejor también es eso. Que me lo creo. Que reconozco a Susana cuando la acecho de lejos –nunca pensé que ese momento de mi vida llegaría–, y entiendo el silencio que aquella otra mujer maneja como arma, y sé dónde anidan los bárbaros, y también yo tengo –¿qué hombre lúcido no las tiene?– las manos manchadas con sangre del albatros del viejo marinero. También sé algo de las ironías de Dios y de los horrores inexplicables con que los astros concluyen cada año. Y, como el autor mismo de estos poemas, soñé con que Ella me observara batiéndome al otro lado del Puente de la Espada, y fui feliz en una casa llena de flores y de libros prohibidos, aprendiendo a pronunciar palabras que después tal vez nunca dije.
     Por eso escribo estas líneas. Porque creo en lo que ha escrito un amigo, y porque me honra su invitación para acompañarlo, aunque sólo sea un corto trecho del camino –tarde o temprano todos caminamos solos–, en el mensaje metido en esta botella de tinta y papel. En el jardín cerrado donde florecen los recuerdos y los sueños.

Arturo Pérez-Reverte
Prólogo para el libro “El Puente de la Espada”

¿Quién ha soñado el Puente de la Espada?
Una niña de apenas quince años.
El chico que la amaba, el compañero
de clase que le daba sus apuntes
para ahorrarle fatigas, el imberbe
muchachito feliz que la invitaba
al cine y la cogía de la mano
cuando le daba miedo la película,
ese chico lograba atravesar
el diabólico Puente y, malherido,
llegaba a la otra parte, mientras ella
gritaba inútilmente: “¡Vuelve, vuelve!”,
con el llanto velándole la cara.
Una niña de apenas quince años
ha soñado, a su modo, el mito artúrico
del Puente de la Espada: la distancia
que la separa de su novio, el filo
que penetra en la carne, la figura
del chico malherido al otro lado...
Rota de soledad, la niña sabe
que sólo si supera aquella prueba
será feliz, de modo que se arroja
a la cuchilla, que implacablemente
va llagando sus manos y sus pies
y ulcerando sus articulaciones.
Y cuando, con el cuerpo destrozado,
perdiendo sangre a borbotones, llega
al otro lado del maldito Puente,
no hay nadie allí.
La niña se despierta
sobresaltada, bebe un sorbo de agua,
se abraza a su muñeco preferido
y se vuelve a dormir.

Luis Alberto de Cuenca
Poema publicado en el libro "El Puente de la Espada"

Datos técnicos de la edición

   Para este libro de bibliofilia, EL PUENTE DE LA ESPADA, poemas inéditos de LUIS ALBERTO DE CUENCA, prologado por ARTURO PÉREZ-REVERTE, y presentado por ÁNGEL PINA RUIZ, el pintor EDUARDO ÚRCULO ha realizado seis serigrafías originales de 43 x 31 cms. cada una, firmadas a mano con lápiz.

   La impresión se ha efectuado en “Industrias Gráficas Jiménez Godoy, S.A.”, utilizando papel de 240 gramos, fabricado con pura celulosa ECF, con un pH neutro.

   Las serigrafías originales, en “Erik Kirksaether”, sobre papel Super Alfa de Guarro de 250 gramos.

    Consta de los siguientes ejemplares: seis, para el Depósito Legal, numerados del 1 al 6; doscientos noventa y cinco a la venta, numerados del 1 al 295; doce para colaboradores, de la A a la L; quince pruebas de autor, numeradas del 1 al 15, y setenta ejemplares en números romanos, del I al LXX. Las seis serigrafías originales de cada libro han sido numeradas por el editor y firmadas a mano con lápiz por Eduardo Úrculo.

   El diseño correspondió a Pedro Manzano.